Hasta hace poco se pensaba que el útero era un lugar estéril y que por tanto la microbiota intestinal comenzaba a formarse después del parto tras el contacto con bacterias vaginales, cutáneas, alimentarias y del entorno del recién nacido, siendo por tanto el tipo de alumbramiento y lactancia decisivos en la adquisición de un microbioma sano o enfermo, que proteja o predisponga entre otras a enfermedades intestinales, neurológicas, alérgicas metabólicas o autoinmunes.
Un reciente estudio publicado por la Dra Kozyrskyj y cols del Departamento de Pediatría de la Universidad de Alberta, Canada, en la revista Birth Defects Res C Embryo Today, hace referencia a que ésto solo es parcialmente cierto. Así, según la investigadora, existen ya varios trabajos previos que demuestran que en el líquido amniótico y en el meconio (las primeras heces del feto) existen determinadas Enterobacterias y Lactobacillus que forman un decisivo microbioma incipiente. Se piensa que estos gérmenes llegan hasta aquí desde la boca de la madre a través del torrente circulatorio y desde la vagina hasta el interior del útero. Por lo tanto la salud dental de la madre y su alimentación, así como la presencia o no de obesidad y el uso de antibióticos durante el embarazo, posiblemente puedan influenciar decisivamente el microbioma intestinal fetal y por tanto la salud digestiva así como el sistema inmune final del bebé.