El tránsito intestinal lento y sobre todo el asociado a sobrecrecimiento bacteriano parece ser un claro factor que incrementa el riesgo de desarrollar cálculos biliares. Al menos eso es lo que se puede extraer de un interesante artículo de investigación dirigido por el Dr J Kaur y publicado en la revista Journal Clinic of Clinic Gastroenterology.
El equipo médico seleccionó para el estudio a 333 personas, 183 pacientes con colelitiasis y 150 casos de control. A todos los sometieron a un test de Hidrógeno espirado con el que se calculó el tiempo de tránsito orocecal y la existencia o no de sobrecrecimiento bacteriano. Además completaron el estudio con un test colorimétrico para calcular la concentración de ácidos biliares en suero.
El estudio muestra como de forma muy significativa aquellos pacientes con tránsito intestinal lento y sobre todo aquellos en los que asocia sobrecrecimiento bacteriano, tienen unos mayores niveles de ácidos biliares en suero y por tanto cálculos en la vesícula.
Estos hallazgos son interesantes no solo para conocer algo más de la génesis de los cálculos biliares, sino que pueden tener claras implicaciones en la prevención de esta enfermedad. Mejorar el tránsito intestinal y sobre todo diagnosticar y correguir el sobrecrecimiento bacteriano en intestino delgado, pueden ser por tanto medidas muy útiles en su profilaxis.
El sobrecrecimiento bacteriano se produce por una proliferación anormal de bacterias dentro de la luz del intestino delgado.
Este síndrome clínico puede deberse a diversos factores como son: disminución de la secreción de ácido por el estómago por cirugía o uso crónico de IBPs (protectores del estómago), cirugía intestinal, presencia de divertículos, trastornos motores del intestino delgado, etc.
No se trata de una verdadera infección, ya que las bacterias no suelen invadir las mucosas, pero si pueden disminuir la absorción de nutrientes y minerales como el hierro y vitaminas (sobre todo B12), y fermentar azúcares en la luz del intestino delgado, formando agua, ácidos y gas, produciéndose síntomas como: distensión abdominal, meteorismo (gas), borborigmos (ruidos intestinales), dolor abdominal y con frecuencia diarrea, apareciendo en los casos más graves malabsorción intestinal con anemia, perdida de proteínas en el suero (con la aparición de edemas) y perdida de peso.
Para su diagnóstico generalmente hace falta un alto grado de sospecha clínica, ya que es frecuente confundirlo con un síndrome de intestino irritable. Para su diagnóstico de certeza se usa el test de Hidrógeno espirado con glucosa o bien con azúcares no absorbibles como la lactulosa o lactitol (con estos últimos también se puede calcular también el tránsito orocecal).
El tratamiento consiste fundamentalmente en corregir los factores causantes de la enfermedad y los déficit que ha causado, y el uso de antibióticos-probióticos.